Llamar las cosas por su nombre

Dr. Roberto Betancourt A.

¿Quién inventó la bombilla incandescente? Fue esta la pregunta realizada en un foro universitario donde participaron científicos del doctorado de innovación, investigación y derechos de autor. El instrumento aplicado a la audiencia arrojó un 94 % rotundo con el nombre que el lector seguramente tiene en mente al momento de leer la interesante pregunta.

Hago un paréntesis antes de continuar la historia, la idea es partir de un marco reflexivo señalando que la verdad no está sujeta a opiniones, deseos, posibilidades o probabilidades. A menos que se soliciten evidencias, solo se consultan opiniones. Las evidencias irrefutables llevan a la verdad. Una opinión probablemente no coincide con la realidad.

Para sorpresa de muchos (en la audiencia universitaria y quienes leen este artículo), la bombilla incandescente fue inventada por el químico británico Sir Humphry Davy, en 1802, cuando consiguió crear luz utilizando un hilo de platino, demostrándolo ante la Royal Society de Londres, en 1809. Thomas Alva Edison, ése que seguramente resonó en nuestra memoria al leer la pregunta del párrafo inicial, fue el primero en patentar, 70 años después, una bombilla incandescente de filamento de carbono que fuese comercialmente viable fuera de los laboratorios.

Este pasaje histórico pudiere brindar algunas luces ante la substantiva diferencia entre invención e innovación, y destacar la importancia de llamar a las cosas por su nombre.

Edison no inventó la bombilla, pero la perfeccionó, se apropió del trabajo de muchos que le precedieron y obtuvo ingentes ganancias derivadas de su espíritu de emprendimiento. En 1879, Edison encendió su primera bombilla y ésta alumbró por más de 48 horas, una gran diferencia con las anteriores. Edison siguió trabajando y se empecinó hasta que consiguió una lámpara que podía proveer hasta 1.500 horas de luz continua, la primera de larga duración y eficiente desde un punto de vista comercial ( ”solo” desperdiciaba el 90% de la corriente que circulaba por ella, técnicamente hablando).

No son pocos los ejemplos que se pueden enumerar donde quien inventa, innova y emprende no son la misma persona; tampoco coinciden en lugar u oportunidad. Son términos y actividades que frecuentemente se confunden, con consecuencias críticas cuando se operacionalizan bajo inexactas premisas.

La innovación es una actividad de producción con un componente eminentemente comercial, sujeta a realidades del mercado y de los problemas que potencialmente soluciona (y en más de una ocasión, que crea).

La invitación es a que, cuando asistimos a un gran evento donde se presentan invenciones, no confundirlo con innovaciones; pues, podríamos desorientar los esfuerzos de propios y extraños. Incluso potenciales expertos (como los investigadores doctorales de la prestigiosa universidad del primer párrafo) pueden colegiadamente errar. En este caso, la verdad no es democrática

Mejor lo expuso Cicerón cuando resumió que “De humanos es equivocarse; de locos persistir en el error”.

* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación

@betancourt_phd
Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/noticias/opinion/llamar-las-cosas-por-su-nombre/