Dr. Roberto Betancourt A.

Hace 40 años, un estudio examinó el comportamiento de 50 equipos de investigación y desarrollo (I+D) y exploró el efecto del síndrome “no inventado aquí” (NIA), descrito como “la tendencia de un grupo de creer que posee el monopolio del conocimiento de su campo, llevándolo a rechazar nuevas ideas de personas ajenas incluso en detrimento de su mejor desempeño”. La cara optimista de NIA se caracteriza por una preferencia por los desarrollos internos y creer que las soluciones desarrolladas por nuestro equipo son intrínsecamente mejores que las de otros. La perspectiva pesimista le apunta como un error por sobrevalorar las ideas propias por encima de las concebidas por personas ajenas.

Algunas empresas se han negado a valorar ideas originadas en otras. Cuando Alexander Graham Bell ofreció la patente del recién inventado teléfono a William Orton, presidente de la Western Union Telegraph Company, el magnate desestimó el invento considerándolo un “juguete”. Otro; Thomas Edison estaba convencido de que su corriente continua era el mejor método para transmitir electricidad a las masas, lanzando una costosa (e inhumana) campaña de desprestigio contra la corriente alterna de Nikola Tesla, solo para que se demostrara que la corriente alterna era la mejor solución para alimentar el mundo moderno. Uno más; Blockbuster, la empresa dominante de alquiler de videos, no supo adaptarse al cambiante panorama del ocio doméstico, a pesar del auge de servicios de streaming online de Netflix, aferrándose a su modelo, y mostró una rabiosa incapacidad para adoptar las nuevas tecnologías acelerando su caída, mientras Netflix prosperó sin oposición.

La lista de ejemplos continúa, el Walkman de Sony no avaló los reproductores de música digitales compatibles con MP3; también, Nokia, principal fabricante de teléfonos móviles, descartó deliberadamente los smartphones tildándolos de moda pasajera; o Microsoft, que tardó en reconocer la importancia del software de código abierto, especialmente Linux.

Todas fueron afectadas por el síndrome NIA, o “teoría del cepillo de dientes”, llamada así pues tratamos las soluciones como un cepillo de dientes: todo el mundo quiere uno, todos necesitan uno, pero nadie quiere usar el de otro.

Las actividades de I+D pueden ayudar enormemente a detectar y aliviar el síndrome NIA y balancear la toma de decisiones de los aspectos positivos que defienden las ideas y hallazgos internos con aquellos exógenos que pudieren proveer fuentes de especial valor; lo que los gerentes llaman un proceso de toma de decisiones saludable. La idea es educarnos pues no somos inmunes al síndrome, y como refería Oscar Wilde “sufrir por culpas propias es la pesadilla de la vida”.

* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación

@betancourt_phd
Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/noticias/opinion/no-inventado-aqui/