
Dr. Roberto Betancourt A.
En las actividades de ciencia, tecnología e innovación, la constancia es el hilo conductor que une los momentos de vacilación con los de descubrimiento. Si la curiosidad es el motor del conocimiento, la tenacidad es el combustible que lo sostiene en el tiempo. Ningún avance científico nace de un acto súbito de genialidad, sino de un proceso perseverante en el que la observación, el ensayo y el error convergen en hallazgos duraderos. La historia demuestra que los mayores progresos se construyen sobre la perseverancia metódica de hombres y mujeres que se niegan a rendirse ante la incertidumbre.
En nuestro excepcional país existen casos poco conocidos en los que la constancia ha sido también una forma de resistencia. Hemos contabilizado cientos de ejemplos en nuestro vasto Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, pero podemos destacar el emblemático caso de Bernabé Torres, agricultor del campo en la comunidad de Gavidia (estado Mérida), quien junto a científicos de la Universidad de Los Andes y la Corporación para el Desarrollo Científico y Tecnológico (Codecyt), logró rescatar las semillas nativas de papa tras décadas de abandono y homogeneización agrícola. En su tenaz esfuerzo, Torres encarna la constancia convertida en acción: caminó páramos, recolectó papas olvidadas en las cuevas, las «amansó» (como él mismo refiere) y las devolvió a la tierra hasta lograr nueve variedades rescatadas para la soberanía alimentaria del país. Su historia demuestra que la ciencia avanza en los laboratorios, gracias a la inteligente constancia de los hombres y mujeres del campo y a la confianza colectiva.
Una fórmula magistral «made in Venezuela» se manifiesta en las redes de ciencia ciudadana y ciencia abierta, donde miles de personas (campesinos, técnicos, estudiantes y comunidades organizadas) observan, registran y experimentan de manera sistemática para generar conocimiento útil. Así se evidencia en la titánica obra de la Alianza Científico-Campesina en el Centro Biotecnológico para la Formación en la Producción de Semillas Agámicas (Cebisa), donde la laboriosa tarea de los productores en la medición del clima, el comportamiento del suelo o la diversidad de las semillas ha permitido alimentar un país adueñándose de su propia tecnología. Cabe señalar que esta labor constante ha permitido ahorrar, al menos, medio millardo de dólares anuales en semillas de papa. Esa constancia colectiva —hecha de manos que siembran y mentes que sistematizan— transforma el acto de producir alimentos en una forma de hacer ciencia. Así, las ciencias ciudadana y abierta se convierten en una expresión moderna del esfuerzo sostenido que, más allá de los laboratorios y los títulos, permite que una nación aprenda, innove y se alimente con su propio conocimiento.
En todos estos casos, la tenacidad se une a la pertinencia (trabajar en lo que realmente repercute en la sociedad) y al conocimiento (la base sobre la que el esfuerzo cobra sentido). La combinación de estas tres virtudes es el núcleo de toda política científica orientada al bien común: investigar lo necesario, con rigor sostenido y con conciencia social. Este esfuerzo es reconocido hoy en todo el mundo y es fuente de orgullo para todos los venezolanos y venezolanas, ya que la Unesco ha concedido a Cebisa la certificación de laboratorio de Categoría II. Este es el testimonio del valor de la constancia.
* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación
@betancourt_phd Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/opinion/el-valor-de-la-constancia/
