
Dr. Roberto Betancourt A.
Imagina por un momento el zumbido imperceptible de la energía eléctrica. Está en todas partes, alimentando la luz con la que lees esta reflexión, el dispositivo que sostienes en las manos, la nevera que conserva tu comida… Simplemente nos olvidamos de ella, excepto cuando no está. En cualquier caso, está ahí y funciona. La inteligencia artificial (IA), a pesar de que parece inevitable dejar de escuchar sus gritos de desarrollo, seguirá el mismo camino: dejará de ser la protagonista que hoy nos deslumbra para evitar que veamos más allá y se convertirá en el latido oculto de nuestro entorno. Entonces, la gran pregunta es: ¿de qué hablaremos cuando el ruido de la IA se convierta en un silencio eléctrico?.
Las universidades deben dejar de preguntarse solo cómo producir más intelectuales sino para qué mundo están formando a los futuros científicos y tecnólogos. El progreso no se sustentará únicamente en los algoritmos, sino en la convergencia de lo digital, lo físico y lo biológico. Esa es la tarea.
Los análisis de tendencias que van más allá de la IA apuntan a los «poetas de la materia»: los ingenieros en biología sintética, por ejemplo, arquitectos de lo viviente que no programarán en Python, sino en el código de la vida misma. Diseñarán organismos que devorarán nuestra devastadora contaminación, imprimirán órganos por encargo o fabricarán materiales de construcción que sanarán sus propias grietas. Serán los alquimistas de una nueva revolución industrial, silenciosa y sostenible.
Otra tarea que se presenta a los cartógrafos de la conciencia o los neuroingenieros es trascender la medicina y adentrarse en la esencia misma de la experiencia humana. Se trata de conseguir la primera conexión directa entre el cerebro y la nube de datos, lo que permitirá trazar mapas y desentrañar los misterios de la memoria y el aprendizaje. Mientras tanto, nuestra sociedad debe debatir los límites bioéticos de la privacidad mental.
En la base de todo ello estarán los físicos e ingenieros cuánticos que dominarán la naturaleza en su escala más fundamental y harán posibles simulaciones que hoy son solo sueños, como diseñar fármacos proteína por proteína, descubrir superconductores a temperatura ambiente que eliminen las pérdidas de energía o crear nuevos estados de la materia que desafíen nuestra creatividad. La revolución energética es indispensable, más allá de la IA, que, por cierto, demanda niveles de consumo indisponibles.
Así, la IA podrá ser el andamio invisible sobre el que se alzará esta nueva catedral del conocimiento, pero nuestra misión en la creación del futuro es reconocer el entramado y formar a los arquitectos, albañiles y exploradores que sabrán qué edificar sobre él. El mañana no será de silicio, sino de vida, mente y materia. Preparemos a la generación que lo hará posible.
* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación
@betancourt_phd Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/opinion/el-silencio-de-la-electricidad/