El visionario legado del doctor Sebastien Lacavalerie
Dr. Roberto Betancourt A.

En el amplio horizonte del desarrollo tecnológico, se observa la presencia de figuras prominentes, como la del doctor caraqueño Sebastien Lacavalerie, que reflejan el potencial creativo de Venezuela, a menudo desconocido. Su obra, patentada entre 1890 y 1899, incluye generadores de vapor y embarcaciones submarinas funcionales, desafía los límites tecnológicos de su época y redefine el paradigma de lo posible en nuestro amado país. La relevancia de sus invenciones, en particular la de la «Embarcación marina mejorada» (patente US516395, 1894), cuyos principios de propulsión mediante una carcasa giratoria equipada con hélices helicoidales y su diseño hidrodinámico anticipaban la ingeniería submarina del siglo XX, adquiere mayor trascendencia si se la compara con la precariedad técnica de los sumergibles de finales del siglo XIX e incluso con las especulaciones literarias de Julio Verne, ya que cuando Lacavalerie materializó su prototipo funcional, la novela «Veinte mil leguas de viaje submarino» (1870) aún no tenía correlato material.

Este logro, lejos de ser aislado, se enmarca en una tradición de innovación que trasciende las limitaciones estructurales, donde la ausencia de un sistema nacional de innovación —entendido como una red integrada de instituciones, políticas y capital humano orientada a la investigación aplicada— no impidió la gestación de ideas revolucionarias, pero sí condicionó su escalamiento y difusión. Su generador de vapor, patentado en 1896 (US565907), tenía un diseño con tuberías horizontales y diagonales que optimizaban la transferencia de calor y minimizaban el riesgo de explosiones mediante contrapresiones compensadas, lo que evidenciaba un profundo conocimiento de la termodinámica y la mecánica de fluidos. De haber podido desarrollar estos conocimientos en un ecosistema científico robusto, podrían haberse catalizado avances industriales significativos para Venezuela.

La paradoja que encapsula la obra de Lacavalerie —un dentista cuya mente polímata trascendió las barreras disciplinarias— es que su genio floreció a pesar de las circunstancias, más que gracias a ellas. Sus patentes, registradas en Washington y Londres, pero desconectadas de un tejido productivo local, simbolizan el potencial desperdiciado de una región que, históricamente, ha sido soslayada y su visión truncada para lograr la transición del ingenio individual al desarrollo colectivo. Ahora bien, este legado también encierra una lección esperanzadora: la inventiva venezolana posee una resiliencia inherente, una capacidad para generar soluciones técnicas sofisticadas incluso en entornos de recursos limitados, lo que sugiere que, en condiciones sistémicas favorables —inversión sostenida en educación técnica, protección jurídica de la propiedad intelectual y sinergias entre universidades y el sector productivo—, la capacidad innovadora del país se traducirá en una agenda de desarrollo transformadora.

La propuesta es imaginar un escenario en el que las ideas de Lacavalerie hubieran prosperado en un entorno de políticas orientadas a la innovación impulsadas por Juan Pablo Rojas Paúl, Raimundo Andueza Palacio o Joaquín Crespo. Su submarino podría haber servido de base para el desarrollo de aplicaciones competitivas a nivel mundial, igual el generador de vapor que, perfeccionado mediante investigación colaborativa, habría optimizado la eficiencia energética de las industrias de la época. Estas reflexiones están lejos de ser un ejercicio de nostalgia; son una apuesta por construir el futuro, hoy: si una sola persona, con ese limitado acceso a recursos, pudo contribuir al acervo tecnológico mundial en tantas áreas, el potencial de una nación que institucionalice la creatividad científica es, sencillamente, ilimitado.

La utopía de un mundo donde el conocimiento se traduzca en bienestar compartido requiere reconocer que el ingenio venezolano se erige como una constante histórica que debe potenciarse. Mientras más indagamos más casos se encuentran que ratifican este hallazgo.

El caso de Lacavalerie demuestra que la excelencia técnica existe, pero su verdadero poder se libera cuando se articula con sistemas que promueven la inventiva y la imaginación como motor de progreso. Hoy más que nunca, Venezuela tiene la oportunidad de convertir su creatividad en un faro para la humanidad, invirtiendo en las estructuras que transforman las ideas en realidades duraderas. Esta es la tarea, esto es lo que estamos haciendo.

* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación

@betancourt_phd
Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/opinion/el-visionario-legado-del-doctor-sebastien-lacavalerie/