El doble filo de nuestro ingenio
Dr. Roberto Betancourt A.

Desde tiempos ancestrales, la humanidad ha confiado en el conocimiento como medio para elevar su calidad de vida. Como señaló el filósofo alemán Hans Jonas, «el poder de hacer» que otorga la ciencia y la tecnología «conlleva también una responsabilidad» sin precedentes en la historia humana: la capacidad de anticipar consecuencias indeseadas. De ahí que a menudo se compare la ciencia y la tecnología con «una espada de doble filo». Un ejemplo de ello lo encontramos en la energía nuclear.

Su descubrimiento fue fruto de una rigurosa cadena de avances científicos, desde la radiactividad hasta la fisión del átomo. Gracias a ella, la medicina diagnóstica ha experimentado una transformación radical en el campo de la oncología que ha salvado millones de vidas. A pesar de ello, el mismo conocimiento dio paso a que delincuentes crearan armas de destrucción masiva, capaces de aniquilar ciudades enteras en segundos, como atestiguan los recuerdos de Hiroshima y Nagasaki.

Esta dualidad no es un accidente, sino una manifestación del poder del conocimiento científico, que depende de decisiones políticas, éticas y sociales.

Lo mismo puede decirse de la revolución digital que estamos viviendo. Internet ha hecho que el acceso al conocimiento sea más democrático, ha permitido la cooperación científica global y ha dado voz a comunidades que antes estaban silenciadas. Pero también ha abierto las puertas al espionaje masivo, a la manipulación algorítmica de opiniones y a una adicción sistemática que afecta a la salud mental de millones de jóvenes.

El mismo dispositivo que permite una consulta médica a distancia en una localidad de nuestra Guayana Esequiba puede utilizarse para difundir discursos de odio o información falsa con consecuencias, en ocasiones, globales. Ante esta contradicción, la humanidad no ha permanecido de brazos cruzados. Ha erigido barreras, comités de bioética, acuerdos internacionales y marcos regulatorios para atenuar los efectos perjudiciales del desarrollo tecnológico. La creación del Comité Internacional de Bioética de la Unesco, el Tratado de No Proliferación Nuclear, el Protocolo de Cartagena sobre Seguridad de la Biotecnología y, más recientemente, los debates globales sobre inteligencia artificial, son expresión de un esfuerzo civilizatorio para mitigar los efectos negativos de la tecnología.

No se trata de renunciar al progreso, sino de orientarlo con lucidez. Cada descubrimiento debe examinarse tanto desde el punto de vista de su viabilidad técnica, como de sus implicaciones morales, sociales y ambientales. En este sentido, el fortalecimiento de la investigación científica con responsabilidad social, la educación crítica de las nuevas generaciones y la participación activa de la ciudadanía en los debates tecnológicos son fundamentales para evitar que la innovación se convierta en nuestra ruina.

En el fondo, como sentenciara Baltasar Gracián, «la ciencia sin seso es locura doble», y ambos (la ciencia y la tecnología) no son los villanos de esta historia, sino las herramientas que reflejan quiénes somos y hacia dónde decidimos ir. Como humanidad, nos corresponde empuñar esa espada sin temor y con sabiduría.

* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación

@betancourt_phd
Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/opinion/el-doble-filo-de-nuestro-ingenio/