
Dr. Roberto Betancourt A.
El propósito esencial de la ciencia es la descripción y la explicación meticulosa de las estructuras y los patrones que se manifiestan en la naturaleza; mientras que el emprendedor se erige como el eslabón entre la teoría y la práctica, articulando la transformación de la ciencia en artefactos confiables y accesibles. Sus disímiles propósitos exigen perfiles de competencia que rara vez se solapan. Asimov nos recordaba que la ciencia puede resultar atractiva y suscitar interés en el público general, pero es la ingeniería la que, a través del emprendimiento, genera un impacto transformador en el mundo.
En términos de destrezas, el investigador se distingue por fomentar la duda sistemática, la validación cruzada y una obsesión por la reproducibilidad; su métrica de éxito es la publicación de sus hallazgos, en lugar de una cuota de mercado. Así mismo, el emprendedor vive de la inmediatez del flujo de caja, optimiza los tiempos de producción y asume el riesgo como un componente estratégico de su modelo de negocio. En contraste con el investigador, el emprendedor se abstiene de revelar los detalles de su éxito.
Estas diferencias se asoman en la historia reciente, veamos. Nikola Tesla terminó en la indigencia tras subestimar el escalamiento productivo de sus motores, mientras Westinghouse capitalizó fructíferamente sus patentes de corriente alterna. En los 70, Xerox PARC fue pionero en el desarrollo de la interfaz gráfica de usuario y el ratón, pero fue Apple quien las popularizó, llevándolas a un mercado masivo y rentable. Comerse la flecha tampoco prospera, como le pasó a Elizabeth Holmes, quien creyó que el marketing en biomedicina podía sustituir al método científico, llevándola a la bancarrota. Trevor Milton repitió el error vendiendo camiones de hidrógeno sin respaldo científico o técnico y, para colmo, llamó a su empresa Nikola.
Evidencias como estas confirman la brecha de competencias. Pretender que un físico nuclear domine súbitamente la cadena de suministro global es tan irreal como exigir a un gerente de marketing que demuestre alguna conjetura científica. La competitividad contemporánea depende de la permeabilidad fluida entre los programas de educación universitaria, la empresa, las oficinas de transferencia tecnológica, el capital de riesgo y las políticas públicas que recompensen la cooperación sin confundir los roles.
De esta manera, se deduce que ni el laboratorio puede asumir de forma independiente el riesgo de mercado, ni la planta industrial puede substituir el rigor hipotético-deductivo. La eficacia de un sistema nacional de investigación, producción e innovación se fundamenta en la existencia de una comunicación eficiente, los incentivos complementarios y la confianza recíproca que previene la miopía que puede derivarse de estos sectores.
La recomendación es la convergencia de tres elementos: la curiosidad característica del científico, la audacia empresarial, propia del emprendedor, y la rectoría pública, con el propósito de generar valor social y económico mediante la aplicación de las competencias específicas de cada sector. Esta complementariedad evoca la célebre cita de José Ingenieros: «un brazo vale 100 brazos cuando lo mueve un cerebro ilustrado; un cerebro vale 100 cerebros cuando lo sostiene un brazo firme».
* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación
@betancourt_phd Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/opinion/brazo-firme-y-cerebro-ilustrado/