
Dr. Roberto Betancourt A.
En la mitología griega, Prometeo fue un titán que desafió el statu quo al entregar el fuego sagrado a la humanidad. Su acto estuvo motivado por la compasión y la justicia, y no por la vanidad o la ambición de poder. Por ello fue castigado: fue encadenado a una roca, de modo que un águila le devoraba el hígado cada día. Su castigo fue eterno, pero también lo fue el legado de su acto: el fuego, símbolo de la luz que ilumina toda penumbra, del conocimiento, de la técnica y de la liberación, quedó entre los hombres.
Hoy, esa llama es la ciencia.
La búsqueda científica es un viaje prometéico. Acumular datos o desarrollar tecnologías es solo una parte de ella; esencialmente, es una travesía moral y emancipadora que nos obliga a observar el mundo con rigor para transformarlo. Quienes formamos parte del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación estamos llamados a asumir esa responsabilidad: encender la llama de la verdad y sostenerla, incluso cuando ello suponga asumir riesgos o sacrificios.
Simón Bolívar, nuestro Libertador y uno de los grandes pensadores políticos de América Latina, comprendió que el conocimiento era fundamental para alcanzar la libertad. «Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción», solía decir, recordándonos que la misión de la ciencia en nuestras tierras no puede desligarse del compromiso social, de la búsqueda del bien común y de la superación de la pobreza, la injusticia y la dependencia.
El científico y revolucionario cubano Ernesto «Che» Guevara sostenía que «el conocimiento nos hace responsables». Esta frase, sencilla pero contundente, encierra el principio ético fundamental que debe guiar cada hipótesis, cada experimento y cada publicación científica. La neutralidad es inaceptable, se trata de compromiso: con la verdad, con la vida, con la justicia.
El conocimiento verdadero libera. A cambio, exige responsabilidad. La obligación de los hombres y mujeres de ciencia aumenta en la misma medida en que crece su conciencia de la verdad. Hay que pasar de conocer a poner la sabiduría al servicio de la humanidad. Tampoco basta con descubrir; hay que construir un mundo más digno, equitativo y justo a partir de esos descubrimientos.
Prometeo tomó el fuego como un acto de insubordinación al absurdo y por amor a la humanidad. De igual manera, nuestras investigaciones deben tener como objetivo el bienestar. Como dijo el científico brasileño Darcy Ribeiro, «el deber de los intelectuales latinoamericanos es ayudar a construir una civilización donde el conocimiento sea un derecho y nunca un privilegio».
En este sentido, el Plan de la Patria y con él la Gran Misión Ciencia, Tecnología e Innovación Dr. Humberto Fernández-Morán nos invitan a alinear nuestras capacidades con los intereses colectivos. Es inconcebible considerar la ciencia como un lujo o una herramienta de dominación, sino como un acto de soberanía. Y esta se ejerce con rigor, ética y una profunda vocación transformadora.
Recordemos que el fuego que Prometeo entregó era mucho más que una simple chispa física, era la luz de la conciencia. Sigamos su ejemplo. Caminemos hacia la liberación, aunque el camino sea arduo, como él hizo. Porque, al final, cuando se comparte, la llama de la verdad no consume, sino que ilumina.
¡Que viva la ciencia que libera!
¡Que arda siempre la llama del conocimiento comprometido!
* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación
@betancourt_phd Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/opinion/prometeo-al-rescate/