
Dr. Roberto Betancourt A.
En la prospectiva tecnológica, la ciencia ficción emerge como un laboratorio de ideas que, desde una perspectiva metodológica, aporta conceptos y visiones capaces de alimentar el ecosistema de la innovación.
Hay dos palabras interesantes para abordar esta tarea: «futurables» (futuros deseables) y «futuribles» (futuros posibles). Ambas requieren un debate continuo entre lo que aspiramos lograr y lo que las condiciones materiales, sociales y políticas nos permiten alcanzar. En la formulación de políticas de investigación en ingeniería, ciencia y tecnología, es fundamental combinar el optimismo necesario para concebir tecnologías de vanguardia con la rigurosidad analítica que evalúa su viabilidad técnica y económica. En este sentido, la ciencia ficción aporta la imaginación para que la planificación no se quede anclada en el presente, sino que abra paso a horizontes transformadores.
Históricamente, hemos visto cómo los «imposibles» de una época se han convertido en realidades cotidianas de la siguiente. La obra de Julio Verne, especialmente «París en el siglo XX» (1863), es un ejemplo ilustrativo, relatando tecnologías que se juzgaban inverosímiles en el siglo XIX, como las redes globales de comunicación o los trenes de alta velocidad, que se han materializado en parte gracias a la combinación de avances en ingeniería y el esfuerzo colectivo de investigadores, inventores y visionarios. El físico teórico y futurista estadounidense de origen japonés Michio Kaku ha destacado la importancia de la ciencia ficción en la materialización de estos «imposibles», y nos recuerda que la frontera entre lo alcanzable y lo inalcanzable muchas veces se define por el estado actual de nuestros conocimientos.
En este sentido, la visión de «imposibles» que se proyecta desde la ciencia ficción actúa como un potente vector de innovación. No se trata de fantasía alejada de la realidad, sino de un ejercicio creativo que amplía nuestro horizonte conceptual y, por tanto, puede orientar las inversiones en investigación y desarrollo hacia metas con mayor impacto. Un buen ejemplo de esta «visión y acción» es el artículo titulado «Extra-Terrestrial Relays: Can Rocket Stations Give Worldwide Radio Coverage?» (1945) del futurista británico Arthur C. Clarke, en el que visionó el uso de satélites geoestacionarios para facilitar las telecomunicaciones globales. En aquel momento, la idea parecía inalcanzable, pero con el tiempo se convirtió en la base de la actual infraestructura de telecomunicaciones para la transmisión de datos, televisión, telefonía e Internet a nivel global.
En definitiva, la ciencia ficción, lejos de ser un simple género literario, funciona como un crisol para la generación de «futurables» y «futuribles». Nos permite soñar con lo que deseamos construir y, al mismo tiempo, cuestionar los límites de lo posible. Su contribución es inestimable para quienes concebimos el futuro como un espacio de oportunidades que puede y debe moldearse con base en la investigación rigurosa y la creatividad sin fronteras.
* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación
@betancourt_phd Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/opinion/ciencia-ficcion-para-el-progreso/