Dr. Roberto Betancourt A.

Cada 31 de diciembre, millones de personas en todo el mundo se reúnen para celebrar el fin de un ciclo y el inicio de otro con rituales que van desde el conteo regresivo hasta las doce uvas, las lentejas o correr con maletas, lo que parece obedecer a una necesidad universal de señalar el paso del tiempo. Sin embargo, detrás de estas tradiciones se esconde una construcción científica compleja: el calendario, resultado de siglos de observación y cálculo, no solo organiza nuestra vida diaria, sino que también refleja la capacidad del ser humano para sincronizarse con los ciclos naturales del cosmos.

El calendario gregoriano, adoptado internacionalmente, es una herramienta sumamente sofisticada basada en el movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Este ciclo, conocido como año tropical, dura aproximadamente 365,2422 días. Para mantener la precisión, los astrónomos y matemáticos han diseñado sistemas de compensación, como los años bisiestos, para corregir la acumulación de las fracciones de los días y garantizar la coherencia entre el tiempo medido y los fenómenos naturales, como los equinoccios y los solsticios.

Su precisión no es trivial, y civilizaciones como la egipcia, la maya y la mesopotámica desarrollaron métodos que dependían de complejas observaciones astronómicas. Estos regulaban actividades agrícolas fundamentales para la supervivencia colectiva y también estructuraban eventos religiosos y culturales. De manera similar, el calendario moderno coordina nuestra vida social, económica y política, desde las vacaciones escolares hasta las elecciones nacionales. En este sentido, cada Año Nuevo simboliza algo más profundo: nuestra capacidad para medir, organizar y proyectar el tiempo de manera colectiva.

Fechas como el 1º de enero invitan a la ciudadanía a reflexionar sobre los logros y desafíos comunes, fomentando un sentido de propósito compartido. Este punto de inflexión temporal nos recuerda que, al igual que el calendario requiere ajustes para mantener su precisión, la sociedad debe esforzarse para avanzar hacia metas comunes.

A pesar de las diferencias culturales, todos compartimos la experiencia de que el tiempo es un recurso finito y valioso. Entender la ciencia que hay detrás del calendario nunca resta encanto a la ceremonia; más bien la enriquece al revelar la admirable capacidad del ser humano para comprender y sincronizarse con los ritmos del universo.

La celebración del fin de año es una reflexión sobre lo que nos define como especie: la búsqueda de significado en el tiempo y el esfuerzo por construir un futuro mejor juntos.

En última instancia, cada Año Nuevo celebra la precisión del cosmos y la imaginación humana; mientras la ciencia nos proporciona un calendario exacto, la tradición nos inspira a llenarlo de propósito y esperanza. Desde esta columna semanal, que próximamente cumplirá tres años, deseamos que cada campanada no solo marque el paso de los segundos, sino también el compromiso de la humanidad con la precisión, el conocimiento y la esperanza colectiva.

* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación

@betancourt_phd
Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/noticias/opinion/ano-nuevo-3/