Dr. Roberto Betancourt A.
En 1901, el sueco Alfred Nobel, conocido por ser el inventor de la dinamita, transformó su legado en un símbolo de excelencia global al crear los premios que llevan su nombre. Con una fortuna equivalente a 200 millones de dólares, Nobel creó un fondo destinado a reconocer a quienes «más hayan hecho por la humanidad». Estos se entregan en seis categorías: Física, Química, Medicina, Literatura, Paz y Economía. Los nombres de los galardonados se anuncian cada octubre y el premio se entrega el 10 de diciembre, en conmemoración al aniversario de la muerte de su fundador.
El proceso de nominación es riguroso y confidencial, y en él participan candidatos propuestos por galardonados, académicos y expertos. El método se basa en la valoración de la creatividad, el aval de los expertos y la durabilidad del resultado, haciendo hincapié en la capacidad de abordar retos clave y en pruebas sólidas del efecto. Ahora bien, el hecho de que la nominación sea confidencial excluye a candidatos cualificados y favorece a instituciones de países desarrollados, en detrimento de las regiones infrarrepresentadas.
Aunque estos premios reconocen avances sin precedentes, se han puesto en entredicho por la escasa representatividad geográfica y de sexo. Solo menos del 7 % de los más de 900 galardonados han sido mujeres, lo que pone de manifiesto la existencia de barreras sistémicas tanto en su visibilidad como en el pleno acceso a las tareas de investigación y desarrollo (I+D). Desde el punto de vista geográfico, la mayoría de los premios han recaído en personas de Europa y Norteamérica, mientras que América Latina, África y Asia son escasamente consideradas, lo que evidencia aún más las desigualdades estructurales.
Para abordar las inequidades en el universo de los Premios Nobel, es necesaria una reforma que refleje los logros de toda la comunidad de I+D y promueva un acceso global a una imprescindible red mundial de conocimientos. Para lograr una distribución geográfica más equitativa, es necesario transformar los comités y los procesos de nominación, y potenciar las instituciones de las regiones con menos presencia.
Apoyar a las mujeres en STEM y humanidades mediante tutorías, financiamiento y lucha contra la segregación laboral es crucial para fomentar un entorno en el que puedan prosperar científicos de todos los orígenes. Así, el Nobel sería más representativo del talento y la innovación mundiales.
A este hallazgo se suma la alerta de Amartya Sen (Premio Nobel de Economía), quien afirmó que «el desarrollo debe consistir más en mejorar las vidas y las libertades que en la riqueza económica» Por ello, las reformas deben ir más allá de la mera celebración de la innovación para promover el acceso al conocimiento en todo el mundo, garantizando que el legado de los premios Nobel sirva de inspiración a las generaciones futuras y contribuya al avance de la humanidad.
* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación
@betancourt_phd Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/noticias/opinion/llego-el-10/