Dr. Roberto Betancourt A.
Desde hace mucho tiempo, la humanidad ha desarrollado herramientas y artefactos sin conocer a plenitud la ciencia que hay detrás de ellos. Uno de los ejemplos más llamativos es el avión.
En 1903, los hermanos Wright lograron que su máquina voladora se elevara y recorriera una corta distancia en el aire, pero en realidad no entendían completamente los principios científicos de la sustentación. Fue solo varios años después, con el descubrimiento y la comprensión del principio de Bernoulli sobre el flujo de aire y el teorema de circulación de Kutta-Joukowski, cuando se entendió cómo las alas crean una diferencia de presión que permite el vuelo.
Este conocimiento científico fue clave para lograr perfeccionar el diseño de los aviones que hoy nos llevan a lugares remotos.
Otro caso interesante es el de la máquina de vapor, que en el s. XVIII transformó la industria y los sistemas de transporte. Thomas Newcomen y, posteriormente, James Watt la desarrollaron para aprovechar la energía del vapor de agua, pero la ciencia que hay detrás de la termodinámica y sus cuatro leyes, que explican cómo funciona el calor y la energía, aún no se había consolidado.
Sin comprender completamente los fundamentos físicos de su invento, iniciaron el camino hacia la Revolución Industrial, aumentando la producción y reduciendo los tiempos de transporte. Décadas después, la teoría de la termodinámica explicó los procesos involucrados y ayudó a mejorar aún más la eficiencia de las máquinas.
Por otro lado, descubrimientos y avances tecnológicos han sido producto del azar y la observación, y solo unas mentes preparadas han sabido ver más allá de lo que parecía un simple accidente o distracción. Un ejemplo clásico es el de Alexander Fleming, quien no buscaba un antibiótico cuando descubrió, en un plato contaminado de bacterias, que el hongo Penicillium notatum evitaba el crecimiento de las bacterias circundantes. Su educación, curiosidad y capacidad de observación le permitieron reconocer la importancia de este hallazgo, que dio origen al primer antibiótico y salvó millones de vidas.
En la actualidad, la penicilina y los antibióticos son la base de la medicina moderna, pero nacieron de un golpe de suerte bien comprendido.
La lista de ejemplos como este es larga, pero basta con mencionar el horno de microondas, el velcro, el post-it, el marcapasos, el caucho, los rayos X, la Coca-Cola, la insulina y tantos otros.
La ciencia y la tecnología han seguido caminos fascinantes y, en ocasiones, accidentales que han transformado nuestra vida cotidiana y nos han mostrado que los avances pueden producirse antes de comprender por completo los principios científicos en los que se basan.
Desde el inicio de la era cristiana, cuando el filósofo romano Séneca recordaba que “la suerte es lo que sucede cuando la preparación se encuentra con la oportunidad”, y hasta muy recientemente, con el escritor estadounidense, Earl Nightingale, quien apuntaba que “el talento, en buena medida, es cuestión de estar preparados para aprovechar las oportunidades cuando se presentan”, se recomienda lo mismo: cuanto más se estudia y se prepara, más posibilidades se tienen de avanzar en la construcción de la patria grande.
* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación
@betancourt_phd Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/noticias/opinion/una-mente-preparada/