
Dr. Roberto Betancourt A.
En los próximos diez años experimentaremos uno de los mayores avances tecnológicos desde la invención del motor de combustión interna: la reducción de la huella de carbono (que él mismo produjo) un concepto que actualmente marca la diferencia entre sostenibilidad y colapso ambiental. Aunque esta reducción requiere un desarrollo tecnológico y una conciencia global, dependerá de cómo articulemos la energía y el transporte bajo una misma lógica de eficiencia, circularidad y justicia climática.
Por ejemplo, la Agencia Internacional de la Energía prevé que, para 2035, más del 60 % de la electricidad mundial vendrá de sistemas eólicos, solares e hidroeléctricos, acompañados de una revolución en materiales en la que las celdas solares de perovskita (controvertido mineral con una eficiencia superior al 30 %) comenzarán a poblar edificaciones, carreteras y productos textiles técnicos, convirtiendo la infraestructura cotidiana en superficie generadora. A esto se añade que las baterías de estado sólido alcanzan una densidad energética dos veces mayor al de las baterías actuales, lo que aumenta la autonomía de vehículos eléctricos y redes en zonas rurales. La combinación de estos avances eleva el índice de retorno energético de los sistemas de almacenamiento a más de veinte veces la energía invertida en su producción, marcando punto de inflexión hacia una economía energética verdaderamente sostenible.
En ese mismo año, el transporte (responsable de al menos el 25 % de las emisiones globales de CO₂) podrá contar con una flota en la que el 70 % de los vehículos sean eléctricos o híbridos, disminuyendo hasta el 80 % la huella de carbono por kilómetro recorrido respecto a la media actual. Esta tendencia abarca desde los trenes de levitación magnética hasta los sistemas de hidrógeno verde para el transporte pesado, pasando por la integración de biocombustibles en la aviación y configurando una red de movilidad con bajas emisiones.
Estos optimistas escenarios exigen nuestra participación activa, no como simples espectadores, sino como auténticos protagonistas en investigación y desarrollo. La civilización que progresivamente emerja de esta década de esfuerzo será fruto de la inteligencia colectiva aplicada al bien común. La energía y el transporte, convertidos en instrumentos de equidad climática, constituirán el cimiento de una nueva ética para la vida y el progreso, en la que cada vatio y cada kilómetro recorridos contribuyan a restaurar la armonía del planeta en lugar de degradarlo.
* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación
@betancourt_phd Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/opinion/lo-que-nos-depara-el-futuro/
