La conspiración que borró a las mujeres de la historia de la ciencia
Dr. Roberto Betancourt A.

La historia de la ciencia es una crónica de omisiones deliberadas. Los datos robados a Rosalind Franklin (1952, Reino Unido) para deducir la estructura de doble hélice del ADN, la negación de los aportes de Lise Meitner (1944, Austria) y su seguro Nobel por la fisión nuclear, la omisión de la labor de Jocelyn Bell Burnell (1967, Reino Unido) en el descubrimiento de púlsares y la atribución de este a su supervisor, así como el opacamiento del descubrimiento de los cromosomas sexuales (X y Y) por Nettie Stevens (1905, EE. UU.) son algunas evidencias de la maquinaria que usurpa y silencia la genialidad femenina, incluso en América Latina, donde la contribución de la mujer ha sido sistemáticamente subsumida bajo la autoría masculina o la narrativa de equipos dirigidos por hombres.

A este patrón se le conoce como el efecto Matilda, que rinde homenaje a la labor pionera de Matilda Gage contra la invisibilización de las mujeres y establece un vínculo directo entre el activismo del siglo XIX y la crítica académica feminista de finales del siglo XX.

Está claro que este efecto es mucho más que un fenómeno aleatorio o histórico, sino el resultado de estructuras de poder que, durante siglos, han condicionado la atribución del crédito científico. La marginación de las mujeres es un hecho deliberado que responde a sesgos en los sistemas de evaluación, en las dinámicas de publicación académica y en la distribución del liderazgo en laboratorios y centros de investigación. Identificar estos mecanismos es el primer paso para diseñar políticas correctivas que remedien las injusticias del pasado y construyan un ecosistema científico más equitativo y eficiente.

La importancia de que los hechos sean narrados tal como ocurrieron -y de que las investigadoras sean acreditadas- trasciende lo simbólico: se trata de una cuestión de rigor epistemológico. La historia incompleta de la ciencia es una ciencia incompleta.

Por ello, resulta alentador analizar el caso de Venezuela, donde se han puesto en marcha esfuerzos notables a raíz de políticas públicas explícitas para destacar e impulsar la participación de las mujeres en el ámbito de la ciencia, la tecnología y la innovación. Según los datos del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, las mujeres constituyen actualmente el 53 % de la fuerza de investigación y desarrollo del país, lo que, además de superar el promedio global, refleja el resultado de acciones explícitas destinadas a cerrar las disparidades históricas.

Aunque la representatividad numérica resulta crucial, es insuficiente. El desafío consiste en lograr que esta participación se traduzca en liderazgo, reconocimiento y autoría corresponsable. Así pues, es preciso implementar protocolos de evaluación con perspectiva de sexo, promover la paridad en comités científicos y editoriales y desarrollar sistemas de indicadores que midan la productividad, la autoría correspondiente y la dirección de proyectos por parte de las mujeres.

Solo mediante una política científica longitudinal y sostenida se podrá superar la conspiración silenciosa que subyace al efecto Matilda. El caso venezolano demuestra que es posible avanzar hacia una presencia más equitativa en la fuerza investigadora. El siguiente paso, más arduo, consiste en velar por que el reconocimiento intelectual y social se otorgue con justicia, de modo que la ciencia también tenga nombres de mujer. La verdad científica exige, ante todo, honestidad histórica.

* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación

@betancourt_phd
Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/opinion/la-conspiracion-que-borro-a-las-mujeres-de-la-historia-de-la-ciencia/