La pasión por el conocimiento
Dr. Roberto Betancourt A.

Entre los nombres que han dejado una huella indeleble en la ciencia, pocos destacan con la misma intensidad que Humberto Fernández-Morán (HFM). Su legado, que incluye la invención del bisturí de diamante y su contribución al desarrollo de la microscopía electrónica, trasciende el ámbito técnico para adentrarse en las profundidades del pensamiento filosófico y la sensibilidad humana. La cita que él eligió para honrar la memoria de su padre, atribuida a Heráclito de Éfeso, nos invita a reflexionar sobre la insondable naturaleza del alma: «Los límites del alma no los podrías descubrir, aunque recorrieras todos los caminos; tan profunda es su razón». Con este gesto, HFM no solo le rinde homenaje, sino que también nos revela una dimensión del científico con frecuencia ensombrecida por la imagen del rigor analítico: la del pensador romántico, el hombre o la mujer apasionada que no disocia la razón de la emoción, la lógica de la belleza.

En ocasiones, se ha reducido injustamente la figura del científico a la de un ser glacial, distante y guiado exclusivamente por el cálculo y la objetividad. La realidad es que la ciencia, en su esencia más pura, es un acto de amor hacia el conocimiento, un impulso profundamente humano por descifrar los misterios del universo. René Descartes, en «Las pasiones del alma» (1649), reconocía la íntima conexión entre las emociones y el intelecto, afirmando que «la admiración es la primera de todas las pasiones», y no es casual que quienes dedican su vida a la investigación sean, en el fondo, personas movidas por una admiración inagotable por el mundo natural y por el deseo de ir más allá de lo conocido.

HFM encarnó este ideal, visible en su incansable búsqueda de la precisión y la perfección en la observación microscópica. Lejos de ser un simple ejercicio técnico, se trató de una verdadera obsesión estética, un anhelo por revelar la estructura oculta de la vida con una nitidez sin precedentes. En su concepción de la ciencia se unen la belleza y la exactitud, como si la exploración de lo minúsculo fuese también una forma de contemplar lo sublime. Esta pasión lo llevó a trascender los límites de la tecnología de su época y a desarrollar instrumentos que permitirían a las generaciones futuras desentrañar los secretos de la biología con una claridad sin igual.

Pero el alma del científico es profunda por su racionalidad, al tiempo que lo es por su capacidad de sentir intensamente. El mismo Descartes asevera que «las pasiones son todas buenas de su naturaleza y no tenemos nada que evitar sino su mal uso o su exceso». En la vida de HFM, la pasión no se limitó al laboratorio; se extendió a su amor por su país, a su convicción de que Venezuela debía convertirse en un centro de excelencia científica. La creación del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas fue un testimonio de su empeño por sembrar el conocimiento en su tierra natal, un sueño que, como muchos de los que alimentan los espíritus visionarios, se vio frustrado por circunstancias políticas adversas.

A pesar de las dificultades, su legado persiste. Cada bisturí de diamante utilizado en laboratorios de todo el mundo, cada imagen capturada con la precisión de la criomicroscopía electrónica, es un eco de su visión. Como bien lo expresó Carl Sagan, otro científico profundamente humanista, «en algún lugar, algo increíble espera ser descubierto». Esa espera es, en esencia, el motor de la ciencia, y su combustible es la misma emoción que impulsa a los artistas y poetas: la curiosidad insaciable, la devoción por lo desconocido, la fascinación ante el misterio.

Es tiempo de reivindicar la imagen del científico como lo que realmente es: un explorador del pensamiento, un apasionado del conocimiento, un soñador que, lejos de la frialdad estereotípica, experimenta con intensidad la alegría del descubrimiento y la tristeza del fracaso. En las profundidades de su alma, como lo sugirió Heráclito, se esconde una razón tan vasta como insondable, una llama que ilumina el camino del progreso humano. HFM, con su vida y obra, nos recuerda que la ciencia no es solo el dominio de la lógica, sino también el territorio de las grandes pasiones.

* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación

@betancourt_phd
Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/opinion/la-pasion-por-el-conocimiento/