Dr. Roberto Betancourt A.

Es posible que el lector esté familiarizado con la fábula india de los ciegos y el elefante.

Esta fábula trata de unos eruditos ciegos que tropiezan con una extraña criatura e intentan comprender qué es. Para ello, cada uno palpa una parte distinta del animal y llega a una conclusión basada en su limitada experiencia. El primer ciego palpa el costado del cuerpo del elefante y llega a la conclusión de que la criatura es en realidad una pared, mientras que su amigo toca el colmillo y declara que es una lanza. Otro sacude la cabeza tras palpar la trompa del animal y afirma que en realidad se trata de una serpiente. El siguiente ciego, al palpar la pata la percibe como un árbol. El próximo hombre ha agarrado la gran oreja y sentenció que es un abanico, mientras que el último ciego, que tiene asida la cola, concluye que la bestia es una cuerda.

En otras narrativas de la historia, cada uno de los personajes trata de convencer al otro de la veracidad de sus argumentos apuntando que los hallazgos de los otros son incorrectos. La animosidad de sus exposiciones los lleva a elevar el tono de sus convencidas interpretaciones que terminan en hostilidad y personalísima refriega.

Aventajados como estamos de la narración y sabiendo anticipadamente cuál era el sujeto de estudio, el elefante, sabemos que cada uno de los ciegos toca una parte distinta del animal (costado, colmillo, trompa, pata, oreja y cola) y describe lo que cree que es cierto (pared, lanza, serpiente, árbol, abanico y cuerda). En su subjetividad, y sin una imagen más completa, ninguno de ellos se acerca a la verdad, al menos no a toda la verdad. Convencidos de sus criterios y creyendo conocer la realidad, los ciegos caen unos sobre otros con la esperanza de persuadir a los demás de su locura intelectual.

Nuevamente, todos los ciegos están -al mismo tiempo- tanto en lo cierto como equivocados, y solo si hubieran sido capaces de compartir sus interpretaciones asumiendo las limitaciones del propio estudio habrían llegado a la conclusión correcta sobre el elefante.

El significado de esta fábula se utiliza a menudo para ilustrar que lo que la gente percibe como verdad o falacia se basa en las propias experiencias, con demasiada frecuencia subjetivas y estrechas.

Los que tienen (o tenemos) la responsabilidad de recolectar datos e interpretarlos para la mejor toma de decisiones necesitamos, constantemente, enfrentar las limitaciones de nuestras propias visiones, muchas veces incompletas por el educado sesgo de nuestras propias capacidades, que -parafraseando al filósofo Javier Sádaba- podemos proveer verdades incompletas que se convierten en aliadas de lo falso.

* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación

@betancourt_phd
Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/noticias/opinion/un-elefante-para-la-verdad/