Pasión por lo desconocidos

Dr. Roberto Betancourt A.

Hace casi 400 años, un reconocido matemático, físico y filósofo francés ferviente creedor y descubridor del orden lógico de la naturaleza de las cosas y del hombre se demostró muy apasionado por la robótica llegando a sentenciar que “una máquina pudiere obrar en todas las ocurrencias de la vida de la misma manera que nuestra razón nos lo permite”. Este mismo personaje, se dice, desarrolló una versión robotizada de su fallecida hija; esa versión fue lanzada por la borda por el irresponsable capitán del barco donde navegaba el matemático. Parece que los marinos tenían códigos muy estrictos con las cosas que no pueden explicar. El náutico escepticismo se apoderó del ingenio de René Descartes, apasionado de su muñeca-robot-hija.

300 años después, Alan Turing, otro matemático, biólogo y filósofo inglés dictó una prueba de validación de las máquinas “inteligentes”, como aquella de Descartes. Su exposición simplificada expone el siguiente juego: [1] encierra en habitaciones distintas a dos personas, hombre y mujer, y un interrogador (sin verlos obviamente) tiene que averiguar mediante preguntas contestadas por escrito cuál de ellas es la mujer y cuál el hombre; [2] inmediatamente después -para el rigor de la prueba- sustituye a una de las personas por un computador, y trata de averiguar cuál de los dos interrogados es el humano y cuál la máquina; [3] en este juego la programación de la máquina no puede denotar gran ventaja en matemáticas o en otra tarea propia del ordenador, sino que tiene que imitar la falibilidad humana. Finalmente, [4] si el interrogador es incapaz de averiguar cuál de los dos es el humano y cuál la máquina, no se puede negar la inteligencia a ninguno de los dos, y se concluye, entonces, que la máquina también piensa.

Esta prueba fue bautizada con el nombre de “juego de imitación”.

Si bien entre ambos filósofos y matemáticos hay tres siglos de historia la pasión de los dos era la misma. Sus pruebas evalúan las capacidades de la inteligencia artificial. La prueba de Turing se centra principalmente en la capacidad de la máquina para imitar el comportamiento humano, mientras que la de Descartes profundiza en la cuestión filosófica de la conciencia de la máquina. La prueba de Turing está más preocupada por el comportamiento externo y la inteligencia observable, mientras que la de Descartes explora la experiencia interna y la conciencia subjetiva de la máquina.

Como se puede apreciar, las preocupaciones humanas de un futuro donde la robótica y la inteligencia artificial (IA) cohabitan con nosotros son lejos de nuevas. Descartes, el benefactor que nos regaló el Discurso del Método, o Turing, padre de la ciencia de la computación, le propiciaron en su obra. Hoy la discusión emerge con especial fuerza, bien por una inusitada densidad de nuevos hallazgos o por alguna suerte de medición del mercado, donde los usuarios aportamos gratuita información a los desarrolladores sobre el mejor funcionamiento de los nuevos adminículos.

Baste agregar que la creatividad humana es impulsada por el pensamiento espontáneo, el pensamiento creativo y el deseo de desafiar al mundo que nos rodea; mientras los humanos existan, siempre habrá una necesidad de soluciones innovadoras de problemas a través de ideas creativas, donde la robótica y la IA estén presentes. Recuerdo a Bernard de Fontenelle quien nos advertía que “Las pasiones son como los vientos, que son necesarios para dar movimiento a todo, aunque a menudo sean causa de huracanes”. La innovación es siempre un huracán.

* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación

@betancourt_phd
Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/noticias/opinion/pasion-por-lo-desconocido/