Nomofobia

Dr. Roberto Betancourt A.

Algunos números a los que no somos ajenos señalan que -hasta abril de 2015- existían cerca de 54 millones de líneas dedicadas a telefonía celular en España, representando más de un aparato por persona en ese país. La edad de inicio de uso de estos dispositivos se ha hecho cada día más precoz, con un 30 % de niños de 10 años estrenando su primer móvil; más abrumador es que un 70 % lo adquiere antes de los 12 años y un 83 % a los 14. Esa misma medición señala que niños de 2 y 3 años ya revisan con especial soltura los teléfonos celulares de sus padres.

En virtud de la marcada influencia que tienen estos equipos en la vida cotidiana, se han estudiado patologías asociadas a su uso, lo que los expertos -por ahora- llaman «problemas y desórdenes de comportamiento» sin que aún se empleen los términos vinculados a la adicción (como ocurre con las sustancias alucinógenas, el alcohol o tabaco). Entre estos problemas se incluyen la «Nomofobia» (No-Móvil-Fobia), «Fomo» (del inglés Fear Of Missing Out, o temor a no tener el teléfono a la mano o que esté sin servicio). Hay otros con nombres más originales: «Textofrenia» y «Ringaxiety» que corresponden a la falsa sensación de recibir un mensaje de texto o una llamada, lo que conduce a la constante verificación del teléfono.

La evidencia de los desórdenes de conducta causados por el uso inocente e inadvertido del celular es abrumadora, lo que lleva a señalar a dos potenciales sectores involucrados en la creación de estos patrones de irracional consumo: los productores de teléfonos celulares (tanto los inteligentes como los no tanto) y los proveedores del servicio de telefonía móvil y datos. Ambos se consolidan como instituciones dentro del Estado Nación.

En este sentido, no pudiere resultar descabellado exponer la hipótesis según la cual primero se creó el peligroso hábito y en una segunda e imbricada etapa se rotulan silenciosamente los mensajes, los cuales parecen intocables a cualquier regulación y -muchas veces- se protegen bajo el amplio cintillo del ‘libre contenido’. Este enunciado es el portador de la verdadera información codificada, que pudiere programar la actuación de los usuarios. Ya ha ocurrido antes.

Los comerciales del consumo irrestricto de tabaco, donde figuras prominentes fumaban ubicuamente (en comerciales, shows de TV y cine) hacían atractivo y del más refinado estatus hacerlo, y han enseñado (como bien aprendida lección) el uso (o abuso) de los teléfonos celulares. Los primeros fueron regulados cuando se determinó científicamente el irremediable daño que causa al organismo. Los segundos parecen (aún) intocables.

Por razones de espacio, en esta reflexión, no abordamos los contenidos que llegan a adultos y niños por igual a través de estos dispositivos. Es evidente que el mundo es distorsionado al mismo tiempo que se multiplica geométricamente el número de personas con patologías de uso, lo que bajo la premisa del acceso y producción ‘sin límites’ de información, termina siendo aún más deformado. Un problema de salud pública. Un problema de Estado.

«Las instituciones pasan por tres períodos: el del servicio, el de los privilegios y el del abuso» (René de Chateaubriand, 1768-1848).

* El autor es Presidente del Observatorio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación

@betancourt_phd
Fuente: https://ultimasnoticias.com.ve/noticias/opinion/nomofobia/